Conservo de mis tiempos de
estudiante, en la educación formal, allá por las décadas de los setenta,
ochenta y noventa, una sensación de aburrimiento. Lo aprendido era lo dado, lo
valorado era la memoria, lo que se apreciaba era el silencio. Nadie aportaba
nada que no fuese lo que se había escrito en unos libros que nunca se
terminaban. Las clases eran cuadriculadas en su estructura espacial y mental.
La creatividad era un concepto desconocido así como la participación.
La transformación en mi modo de
aprender fue la llegada del ordenador pero no sólo a nivel individual sino
compartido con mis alumnos. Aunque aquellos primeros trastos no ocupaban un
espacio central en la escuela los alumnos, y algunos de nosotros supimos que
suponían un antes y un después. A mí me supuso la adquisición de un vicio que
no quiero dejar: el afán de aprender. Aprender de una forma diferente y que ya
será a lo largo de toda mi vida. El avance de las máquinas me ha producido un
imparable deseo de crecer intelectualmente.
Mi frase, reproducida en un tweet
(nueva forma sintética de comunicación) ha sido:
“En la escuela el cambio se
produce al tiempo en paralelo avance de las TIC no es sólo instrumental sino
integral, revolucionario”
No podría ser de otro modo si se
lee la introducción de este artículo. La escuela ya ha cambiado porque los que
en ella están son otros. Lo son esencialmente por la “escuela sin muros” a la
que acceden nuestros estudiantes. Las relaciones…. han cambiado, cómo aprenden… han cambiado,
cómo son… ha cambiado. Se trata de una transformación revolucionaria que supone
una necesidad de que haya una adaptación de la metodología en el ámbito
educativo para adaptarnos al nuevo modelo.
En ello estamos.
Comentarios
Publicar un comentario