Conservo de mis tiempos de estudiante, en la educación formal, allá por las décadas de los setenta, ochenta y noventa, una sensación de aburrimiento. Lo aprendido era lo dado, lo valorado era la memoria, lo que se apreciaba era el silencio. Nadie aportaba nada que no fuese lo que se había escrito en unos libros que nunca se terminaban. Las clases eran cuadriculadas en su estructura espacial y mental . La creatividad era un concepto desconocido así como la participación. La transformación en mi modo de aprender fue la llegada del ordenador pero no sólo a nivel individual sino compartido con mis alumnos. Aunque aquellos primeros trastos no ocupaban un espacio central en la escuela los alumnos, y algunos de nosotros supimos que suponían un antes y un después. A mí me supuso la adquisición de un vicio que no quiero dejar: el afán de aprender. Aprender de una forma diferente y que ya será a lo largo de toda mi vida. El avance de las máquinas me ha producido un imparable deseo de cr
Blog de Milagros Barrio